Yo he sentido lo distante de
un día
deslizarse en la lumbre que
enciende la nostalgia,
unas pocas visiones descifrar
el misterio
por donde pasarás aunque no
vayas,
la sombra del ahora
creciendo en la mirada de lo
que no permanece.
Es la trampa por donde asoma
la marea
que cruza por la niebla de
unos pocos testigos,
esa tierra negada al abandono
que te sale al encuentro
cuando alcanzas a ver apenas
lo tocado
a través de las lágrimas de
todo lo perdido.
Pero
tú no comprendes las primaveras rotas
en
el cuadro acabado que no vuelve contigo,
ni
ese idioma inconcluso en los gestos de otros,
recogido
un instante para después de ti.
¿De quién sino esas rosas,
marchitas, sin relevo,
en medio del estruendo de tu
corazón
partido por el rayo de ese
talismán
al que llamas pérdida de todo
porvenir?
Ese momento fue vencido.
Vencido por el reclamo de todo
lo imposible,
sellado allí en tu vida lo
mismo que una lágrima
marcada por caer hacia lo alto
de toda tu tristeza,
convertida en sombra de luna o
resto inanimado.
Nada hallarás allí.
Aunque lo envuelvas todo de
memorias
e intentes corregir la misma
noche intensa,
ya todos los adioses no son ni
para ir,
solo queda la estrella,
la posesión milenaria de esa
última puerta,
de ese cielo que huye por
entre las rendijas
de un distante país.
Esteban D. Fernández
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