Quisiera
hilar este verso de ternura,
-que se
crece de sencillo- en el umbral de tu boca…
pa’
vestirme con la ropa de tus labios, paloma, que voy desnudo.
Me cubre
apenas el susurro de la brisa que imagino eco en el tiempo,
y el
vuelo de una caricia que anda vagando sin rumbo
se me hace
que es tu pecho.
Me basta
tu huella tibia para cubrirme del frío de esa hembra que es la luna…
y no sé
si es muerte amante o frontera en el latido cuando sus rayos me alumbran,
me basta
el árbol caído que hoy es leña de tu nombre en los campos de la vida
para
hacer cruces de fuego
y
ahuyentar con el incendio esas trampas de Mandinga.
Vísteme…
que ya
se acaba la noche
y la
lluvia va tocando con su furia en los tambores
una
nueva melodía,
escúchame…
que los
grillos van afinando sus alas en las hojas de los sauces
-de una
patria que está lejos- pero es cerca como orillas,
vuélvete…
a
mirarme como espejo que se lleva la corriente pa’ mostrarte río arriba
-el
pueblo de mis fantasmas- entre alambradas de sueños
y un milagro de sonrisas,
óyeme…
en el
grito de un silencio que destroza en su retumbo
los
cristales de la vida.
Quisiera
hilar este verso de ternura,
-que se
crece de sencillo- en el umbral de tu boca…
pa’
vestirme con la ropa de tus labios, paloma,
que
llega el día.
Esteban D. Fernández
Del Poemario: “De lo que fue dictando un sueño”
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