Aspiro a que estas palabras sean ininteligibles, porque lo que busco es precipitarme al fondo del abismo. Infierno o cielo, ¿qué importa? Hay que ir hasta el fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo.

sábado, 10 de diciembre de 2022

No me niegues tus alas


Hay en tus ojos la terrible desnudez del cuerpo que me incluye,
un amor interior que solamente se interroga 
con la contemplación que llevo en el desatino de mirarte…
mujer amada, 
hilandera de la lluvia doliente que saluda en mí a través de la nostalgia: 
¿hay acaso otra forma de asomarse a un misterio que hasta el juicio final 
será el color de la revelación en nuestras vidas?

Tú no entiendes tus manos, 
esas manos con sus alas ceñidas al brasero del sueño…
pero a mí me duele la caricia cercenada 
por la voluntad de un Dios que me hizo bruma opaca,
fantasma que no puede dormir sin la dulzura de tu piel 
gastándole los bordes a los miedos,
triste arena que se vuelve juguete de la brisa al bajar la marea…
pero tú eres mi casa y tienes el olor a costumbre que te han dado mis hábitos: 
–esas dulces monedas que encienden con ternura los días que apagamos-.

(Porque soy el invierno tanto como soy tus pasos,
y tu amor derrite la nieve que mana de mi corazón entumecido por el aire).

Ya ves que no puedo morir, porque estoy muerto…
sólo te espero en mi mundo de fugitivas sombras cuando se cumpla el ciclo 
y tu forma de barro te despida.
Entonces comprenderás que la existencia no acaba con el final del cuerpo
y que el cuerpo no es más que aquella casa que al ausentarse nos recibe 
en otro cielo.


Mientras tanto habré de seguir naciendo hasta tu muerte
porque soy el defensor que escribe el signo y la señal
con los que habremos de entendernos por los senderos de esta vida…
para que no seas sola para abrir esa última puerta que crece por sí misma,
abertura final del plan fraguado por un Dios 
que marcó nuestros nombres en el día primero del pecado 
y espera el vaticinio en la caída.

He pasado milenios y milenios tratando de encontrarte,
siglos de metamorfosis sembraron la tiniebla que de ti me ha alejado
y, errante por la sed de no tenerte, fui aguador del destino
con un agua de amor que dolió demasiado.

¿Quién si no yo eligió las visiones y el hechizo de amor en el afán de hallarte?
¿Quién si no yo volvió al revés las piedras hasta hacer de su nombre 
ese polvo de estrellas cernido por tu sangre?

Al final del camino me he cumplido en el viento,
paloma mía… he colmado tus huellas,
no me niegues tus alas. 

Esteban D. Fernández
Del Poemario: “De lo que fue dictando un sueño”

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